Es
extraño, pero una vez que te das cuenta, se aclaran varias
cosas. Y además te parece que es una verdad que estuvo siempre
frente a tus narices, pero nunca te habías dado cuenta. Sólo
basta con caminar las calles de cualquier ciudad y tan sólo
observar, levantar los ojos del piso, y enfrentar la realidad.
Las
personas en situación de calle, los indigentes, los cirujas,
los crotos -o cómo más te guste llamarlos- tienen una
particularidad específica: las mujeres se rodean de gatos y
los hombres, de algún que otro perro. Es así, no hay
medias tintas. No recuerdo haber visto alguna vez un hombre en ésa
situación particular con un felino como acompañante. Y
a una mujer tampoco la asocio con un perrucho. Es raro, y nos obliga
a pensar y a recordar, pero la línea de pensamiento va en esa
dirección. Y la explicación también puede llegar
a dificultarse, pero podría sintetizarse –de manera
simplista, bárbara y hasta apresurada- de la siguiente forma:
Las
mujeres eligen la compañía franelera y mimosa de los
gatos, aunque ésa relación sea momentánea y
distante, y aunque ésa compañía felina se
distancie y no necesite realmente del afecto humano para sobrellevar
sus días. En contrapartida, los hombres y los perros se
acercan y crean otro tipo de relación. Una relación de
compañerismo y necesidades mutuas, de afecto y de camino
compartido. Podríamos llamarla –sin extrañarnos- una
relación de amistad.
¿Es
descabellado lo planteado? No se, pero cierra los primeros cabos
sueltos por lo menos. ¿Podríamos analizarlo un poco más
a fondo? Seguro, pero por hoy, esto es lo que puedo dar. Más
no. El refrán indica que no hay que pedirle peras al olmo.
Pero quien te dice… Tal vez en un futuro las peras caigan de los
olmos, los perros y los gatos vayan juntos en una vereda y aquel
hombre le tome la mano a aquella mujer, y puedan recorrer algunas
calles juntos, haciéndose compañía.
CÉSAR EDERY
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