domingo, 8 de abril de 2012

Siempre viajamos al futuro

Los viajes que decidimos hacer siempre nos llevan al futuro. Al tomar un taxi, un colectivo, un avión o un barco, o cualquier medio que nos transporte físicamente de un lugar a otro; en todos los casos -si le prestamos atención a la hora de partida y a la de llegada- el destino se aloja en un futuro, siempre habremos dejado atrás aquel pasado que se mide en kilómetros o millas. Siempre, pero siempre, más adelante nos espera el futuro. Aquel ansiado porvenir.
Lo raro es cuando nos proponemos viajar al pasado.  O cuando lo hacemos sin proponerlo, sin saber adónde estamos viajando. Ahí lo físico le deja su lugar a la mente. Y casi siempre ella nos manipula de tal manera, que en la búsqueda de aquellos recuerdos encajonados en nuestra cabeza, podemos sufrir, desesperar y hasta salir lastimados. Las estadísticas demuestran que los accidentes viales dejan una cantidad importante de muertes diarias en todo el mundo, pero los números no entienden de sueños y de amores. Ellos no saben interpretar nuestras desventuras y fracasos. Nunca pude ver un gráfico de barras que me explique porqué el nudo en la garganta y el vacío en el corazón se relacionan con las lágrimas y la desesperación de la soledad; o porqué la frustración te paraliza y te deja ausente momentáneamente, como si fuéramos un ente desconectado del resto. Algo latente y apartado.
Tal vez sea hora de que los matemáticos empiecen a investigar estos temas. Que se adentren en las percepciones, en sus relaciones y consecuencias, y las trasladen -de una vez por todas- a números concretos ubicados en manuales, tablas de valores o periódicos matutinos; en donde cualquier mortal pueda recurrir para explicarse a sí mismo las causas del desamor y del fracaso. Saber porqué fueron abandonados, porqué su corazón fue roto. Poder explicarnos si estamos listos para volver a enamorarnos o si seguimos llorando sentados en un rincón de la habitación, con las palmas de las manos en el rostro; escondiendo nuestras lágrimas y a su vez, no dejando escapar nuestro frágil corazón con algún grito desesperado.
CÉSAR EDERY