domingo, 19 de agosto de 2012

París




“Dieron las cuatro
con su nombre en los labios”
(Bárbara Durand)

Frente a Jazmín, resplandeciente, la Torre Eiffel. Su mirada elevándose para tratar de observar el extremo más alto.
Dan las cuatro.
Los bracitos pegados al cuerpo. Expectante. No puede creerlo, sencillamente. Muchos esfuerzos para estar allí, parada en el exacto lugar que soñaba cada día.
Lo está esperando. El viene de Suiza.
Se conocieron en la primavera del año pasado. Desde entonces venían manteniendo largas charlas por msn. Jazmín iba a trabajar dormida. Le costaba despedirse de Diego.
Cada noche, antes de cerrar sus ojos se preguntaba si era posible sentir esa revolución en su interior por él, cuando en realidad apenas lo conocía por algún que otro retrato. Pasaban largas horas enviándose fotos de cada uno. Por supuesto ella las seleccionaba con cuidado. A veces, cuando volvía del trabajo, se tomaba unos cuantos minutos para determinar cuáles serían las elegidas. Temía dejar de gustarle. Temía que se enamorara de otra mujer.
El sueño de Jazmín siempre había sido conocer París, “la ciudad del amor”. Y desde que conoció a Diego enseguida se le ocurrió encontrarse con el allí.
A partir de entonces, leyó historias de gente que se enamoraba en esa bella ciudad.  Y casi como una obsesión, se sumergió en un mundo de fantasías del cual ya no pudo escapar. Pero ella estaba contenta, sólo restaba hacerle la propuesta a Diego. Tomó coraje, segura de recibir un sí, y enfrentó la situación.
Aquel día llegó a su casa luego de trabajar casi sin descanso. Se conectó. Esperó que él lo hiciera. Y tímidamente, como si Diego se encontrara junto a ella, mirándola a los ojos, le contó su idea.
El se tomó unos minutos para responder. Eso la inquietó. Hizo un máximo esfuerzo para no comenzar con sus pensamientos rumiantes.
Luego de unos minutos, Diego le contestó:

-          No conozco París.

Desde esa respuesta en adelante la vida de Jazmín consistió en llevar a cabo los preparativos que generaba un viaje de semejante magnitud. Estaba ansiosa. Jamás había viajado al exterior.
Llegó el día y estaba exhausta. Era ella quien se había encargado de todo. Tal es así, que sentía la presión de que todo saliera como lo había planeado.
Cada segundo repasaba en su mente todo lo que había empacado. No quería olvidar nada. Llevaba casi como un amuleto una agenda con todas las direcciones de hospedajes, regalos que debía comprar para su familia y una pequeña listita de perfumes.
Su familia había ido a despedirla al aeropuerto. Se sentía una niña.
El último adiós se lo dio su madre. Mientras Jazmín subía las escaleras, al tiempo que agitaba su mano para saludarla, vio como se secaba sutilmente los ojos con un pequeño pañuelo que estilaba llevar en esas ocasiones.
Las horas de vuelo transitaron lentas, hasta que  por fin  aterrizó.
Era de mañana y con un taxi se dirigía al hotel que había alquilado y que quedaba a unas pocas cuadras de la torre. A las tres de la tarde se encontraría con Diego tal como habían acordado. La ansiedad le oprimía el estómago. Siempre le ocurría lo mismo.
Daba vueltas en el cuarto del hotel pensando qué ponerse para deslumbrarlo, aunque al mismo tiempo tenía ganas de un atuendo sencillo que correspondiera más a su estilo.
Fue así que optó por un trajecito color natural que su madre le había regalado para su cumpleaños. Apenas se maquilló. Se perfumó como lo hacía siempre que estaba contenta y salió al encuentro.
Decidió ir caminando. Aquellas cuadras parecían infinitas. Sus esfuerzos por mantener la mente en blanco no eran tan poderosos como para evitar que un torbellino de imágenes diera el presente.
Y llegó.
Hipnotizada se para frente a la torre para contemplarla. Luego se sienta en una banquetita junto a los árboles que  la rodean y espera.

FLOPI BORRILLI
Sigue esperando.
No quiere darse por vencida, aguardará un rato más.
Dan las cuatro.
No le sale pronunciar su nombre.


FLORENCIA BORRILLI

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