martes, 22 de enero de 2013

Te busco


Te busco en cada rincón de mi presente.
Te imagino en mis segundos, en mis amaneceres.
Tus gestos dibujados en las arrugas del sofá
cambian al ritmo de los laberintos
de mis pensamientos.

De la radio escapan sombras de palabras,
que se cuelgan un instante del marco de la puerta,
para caer al abismo de este espacio,
que, poco a poco, se apodera
de todo lo que me queda.


Paula Di Croce

martes, 15 de enero de 2013

Recordar

Mariano miraba el piso. Sentado en su silla de todos los martes, miraba la alfombra corroída de la sala de terapia de la Clínica Sur, y no quería levantar la cabeza. Hoy no tenía ganas de hablar, y menos de dar explicaciones. “Recordá, recordá y vas a entender” le decían; “recordá y vamos a poder explicarte mejor” lo apuraban los doctores Levy y Ramirez todas las semanas. Hoy no tenía ganas.
Aproximadamente unos veinte minutos más tarde, en un vacío que percibió en el aire, Mariano levantó la cabeza y recorrió la habitación. La luz matutina entraba desde ambos ventanales que daban al noreste de la casona, y el reflejo pegaba en la pared blanca y sobre algunos cuadros que estaban frente a él. Jorge Levy y Manuel Ramirez charlaban y anotaban cosas en sus cuadernos, pero al ver el movimiento de Mariano, ambos giraron sus cabezas y le prestaron atención unos instantes. Levy lo increpó: “¿Y Mariano, querés contarnos algo…?”. No les contestó y siguió recorriendo el ambiente con su mirada.
A la izquierda de Ramirez, Mariano miraba por momentos a Sofía, una chica de unos 23 o 25 años. En cada sesión aparecía con algún nuevo golpe o marca en su cuerpo. De lo único que hablaba en las sesiones era de su novio, de cuanto lo quería y de cuánto la maltrataba. Al lado de ella estaba la pareja de ancianos de siempre, de unos setenta y pico de años cada uno. A Mariano lo aburrían bastante los viejos, siempre con sus conversaciones y sus culpas, discutiendo entre ellos y pidiéndole explicaciones a los doctores. Mas a la izquierda estaba la otra pareja, o eso es lo que Mariano creía. Entraban y se iban de la terapia juntos, siempre se sentaban uno al lado del otro, y alguna vez los había visto contarse cosas al oido y reirse. No recordaba muy bien si los había visto besarse. Por lo menos en la clínica no, pero podía llegar a imaginarlos. Por ultimo, y cerrando el círculo de sillas que miraban a los doctores, había un nene. Casi nunca hablaba, y tampoco interactuaba con el resto. Levy era el que mas insistía en su caso preguntándo sobre sus padres y sus hermanos, pero el chico nunca respondía. Mariano solamente lo había escuchado contestar dos veces. Una vez a Ramirez, al principio de la terapia. Y la segunda a él mismo.
La Clínica Sur era un centro de rehabilitación que estaba alejado de la ciudad. Los pacientes podían tener sesiones todos los días o una vez por semana, según el caso particular de cada uno. Pero nunca interrumpían un tratamiento, por duradero o dificil que éste sea. Tampoco se modificaban los profesionales de cada paciente. Ésto a Mariano le molestaba mucho, básicamente porque estaba cansado de dar los mismos discursos y las mismas explicaciones a Ramirez y a Levy. Y también le molestaba escuchar a sus compañeros de terapia. Hubo días en que llegó a sofocarse, a sentirse aturdido, y tuvo que abandonar la sala para ir a tomar aire a los pasillos que miran al patio central de la casona.
Los ancianos le producían cansancio mental, mucho más del que ya tenía antes de comenzar cada sesión. Lo agotaban las eternas discusiones sin sentido, los reproches del pasado, el desplante a los doctores. La extraña pareja también, pero de manera muy diferente. A Mariano le parecían raros, con cierto morbo y hasta perversos. Siempre le había llamado la atención las extrañas cicatrices que ella tenía en sus brazos. En una de sus muñecas habían rastros de algún intento de suicidio. No sabía qué pensar de ellos, pero algo los unía con el, no sabía bien qué era. Podían llegar a estar monologando por tiempo indefinido, intercalándose en el discurso. Se complementaban verdaderamente bien, hasta parecían una misma y única persona.
Despues estaba la chica. Sentía mucha ambigüedad con ella. No soportaba sus llantos desconsolados, sus marcas en el rostro y su tristeza permanente; pero no podía dejar de observarla. Había algo en ella que le atraía. Su sensualidad y su debilidad se apreciaban en sus movimientos y también en sus palabras. Eso le gustaba, pero a la vez lo enfurecía. No podía entenderla. Y por último estaba el niño. No lograba captar su personalidad. No sabía porqué estaba compartiendo terapia con un chico de casi 10 años. No entendía la lógica de juntar a todas esas personas en ésa habitación, en ese grupo. ¿Para qué compartir sus historias, sus vidas?
Mariano nunca podrá olvidar el cruce que tuvo con aquel chico -por lo revelador y movilizante-, cuando en medio de un diálogo entre Levy y Ramirez, el chico comenzó a mirarlo y logró incomodarlo. Mariano miraba al chico y a los doctores totalmente desorientado. Volvió a enfocar en el niño que no le quitaba los ojos de encima y al reposar en los doctores, estos también lo observaban con cierta levedad. Hasta que Ramirez recayó en lo de siempre: “¿Qué pasa Mariano? ¿Viste algo?”. Sin que pase ni un segundo, le pareció escuchar que el chico susurraba en dirección al profesional: “Parece mentira. ¿No te das cuenta que no ayudas a nadie asi? ¿Por qué en lugar de conversar tanto y hacer garabatos en el cuaderno no relees la historia clínica?”
Mariano había quedado totalmente sorprendido con esas palabras que escuchó y miró a Ramirez. Éste también volvía su mirada hacia Mariano, y moviendo la cabeza de un lado al otro lo increpó nuevamente: “Mirame. Mariano, mírame a mi ¿Vas a recordar?” Refregándose los ojos, y tapándose la cara con la palma de sus manos, Mariano pasó algunos segundos intentado pensar. Sentía el murmullo de la sala que comenzaba a aturdirlo, y decidió hablar; pero cuando levantó la cabeza el niño seguía observándolo. “Y vos -en dirección a Mariano- ¿qué mirás con esa cara de víctima? ¿No te das cuenta que las respuestas están acá adentro? Pensá un poquito, hacé el esfuerzo de recordar. Mirá a tu alrededor y recordá. Si lo hacés todo va a terminar” sentenció el pequeño, mientras levantaba su remera dejando ver su torso repleto de lastimaduras y moretones. Después de observar cada una de las marcas, se dio cuenta que las heridas del niño eran sus propias marcas de la niñez. Mientras el aire se hacía espeso y el ambiente se tornaba cada vez más oscuro, Mariano intentaba repasar las miradas de los presentes en la sala y sentía que lo que él creía cicatrizado todavía estaba abierto, sin cerrar del todo, todavía latiendo en su interior. Mariano volvía a cerrar sus ojos.
La tormenta mental habrá durado algunos segundos, pero en un momento terminó. El silencio se apoderó de aquella pulcra y esteril habitación. Al levantar la cabeza que enfocaba en el piso, Levy y Ramirez seguían frente a él, observándolo; pero el resto de las sillas estaban vacías. No había nadie más que ellos tres. No había ancianos, ni pareja extraña, ni chica golpeada ni el niño que lo conflictuaba. No había grupo, no había otros. Sólo él, su mente y los analistas.
Y el vacío aquel, logró aclarar ciertas ideas y empezó a acomodar los pensamientos. Como si las palabras del pequeño -o tal vez aquellas marcas horribles- lo hubieran golpeado como una maza en el medio de su frente, de repente empezó a recordar situaciones de su pasado. Una serie de imágenes circulaban en su cabeza, en donde él era el protagonista absoluto, conociendo paisajes y lugares, recordando anécdotas tal cual iban ocurriendo. Pero llegó un instante en donde algunas caras empezaron a resultarle conocidas. Y eso lo incomodó de inmediato, comenzó a transpirar y a cerrar sus ojos para intentar no ver lo que estaba recordando.
Imágenes familiares típicas, la escuela, el campo deportivo, su habitación; en donde él era el niño de la sala. Se vió adolescente, besando a la chica golpeada de la terapia; la vió reir y bailar junto a él en sus pensamientos. También la vió llorar en un rincón de alguna habitación. Luego apareció la pareja de ancianos, pero en diferentes etapas. Los vió mas jovenes dentro de su hogar, y también los recordó en su fiesta de graduación. Y en aquella fiesta apareció la imagen de la chica que formaba la extraña pareja de la sesión. Lo abrazó con fuerza y corrió hacía la pareja de ancianos. Su vida estaba pasando delante de sus ojos al recordar. Pero lo peor estaba por llegar. Y el paso de cada segundo, de cada minuto, significaba entender.
Luego de esas primeras imagenes, empezó a recordarse en situaciones que lo espantaron. Se vió de niño, siendo golpeado por aquel anciano -en realidad su padre-; mientras su madre lloraba en silencio en otra habitación. También recordó a su hermana -la chica de la extraña pareja-, dandolé un beso apasionado. Y ahí mismo se recordó como el joven que formaba aquella dupla de terapia; gritando, discutiendo y llorando junto a ella. Luego la vió muerta en el piso del baño de la casa de sus padres, con las venas abiertas y el piso totalmente ensangrentado.
En otras imágenes se encontraba solo, vagando por algunos suburbios con personas extrañas, aspirando cocaina y tirado en alguna esquina perdida de la ciudad. En medio de esos recuerdos también aparecia la joven golpeada de la terapia, discutiendo y gritando junto él, en medio de calles oscuras. Ella lo insultaba y el la golpeaba desmesuradamente. La había dejado tirada unas cuantas veces en esos pensamientos que ya comenzaban a inquietarlo. Sus ojos abiertos no permitian ver nada. Su mente estaba fuera de control, como tantas otras veces, pero ahora había podido recordar. Hoy había podido entender su presente a raíz de repensar su pasado.
La inyección cruzó su piel y el líquido empezó a correr por sus venas. Levy y Ramirez lo recostaron en la camilla y lo trasladaron por el pasillo de la clínica a su habitación. Lo acomodaron en su cama y se alejaron, cerrando la puerta con la cerradura doble habitual. El blanco de las paredes se cortaba con el cuero que aprisionaba sus muñecas y tobillos. Así permanecería por varias horas ésa tarde y toda la noche; pero aquel día no había sido como el resto. Y seguramente los que estaban por llegar tampoco sería iguales a los que había dejado atrás. Esa noche, mirando por la pequeña ventana que daba al patio central, esperó con ansias que lleguen las primeras luces del alba. Quería volver a recordar.

CÉSAR EDERY