jueves, 18 de abril de 2013

Extracciones LA SOCIEDAD DE LA NIEVE

La Sociedad de la nieve (2008) de Pablo Vierci

Este libro cuenta la experiencia de cada uno de los 16 sobrevivientes del accidente de los Andes por medio del autor Pablo Vierci, amigo y compañero de colegio de muchos de los jugadores que emprendieron aquel viaje desde Uruguay hacia Chile. En 1972 un avión que llevaba a un joven equipo de rugbiers -junto a familiares y amigos (45 personas en total, con la tripulación incluída)-, cae en la cordillera de los Andes y desde ahi comienza una historia increible y trágica, que los propios sobrevivientes relatan a más de 30 años del suceso. El accidente, la desolación, saber que dejaron de buscarlos, la falta de alimento, las ganas de morir y vivir, la amistad y la búsqueda de una escapatoria son algunos de los puntos de inflexión de este libro. Aquí algunas extracciones:

  • Los propios sobrevivientes narraron que se habían alimentado con los cuerpos de sus amigos muertos. Parecía que, salvo ellos, que conocían el contexto, nadie estaba preparado para enfrentar y comprender semejante peripecia”.
  • Los sobrevivientes -29 tras el accidente, 27 al día siguiente, 19 después del alud y 16 definitivos- tuvieron que formar una comunidad regida por la incertidumbre y el espanto. Una experiencia extrema donde en una disputa contra la adversidad, que de continuo les tendía emboscadas y los ponía a prueba en su capacidad de sufrir dolor, frustación y humillaciones, regresaron al fondo de los tiempos, a estadios anteriores a toda civilización conocida, para comenzar del principio y aprender todo de nuevo...”
  • Treinta y seis años después, en el momento en que sus propios hijos tienen la misma edad que ellos tenían en la cordillera (...) los mismos 16 sobrevivientes desean contar a sus hijos lo que ocurrió. Un relato que abarque todas las miradas, que es la única forma, cree, de llegar al fondo de la historia (...) Para ello nos invitan a subir a bordo del F571 y dejarnos llevar en un vuelo a ciegas, sin destino prefijado, donde lo único seguro es que una de las escalas pasará por el infierno, y la travesía nos llevará, a cada uno, a una cordillera diferente.”.
  • De un segundo a otro se estrellará contra la montaña y conocerá lo que se esconde del otro lado de la vida”.
  • En la sociedad de la nieve los códigos eran completamente diferentes a la sociedad de los vivos, donde lo que se apreciaba no era algo material, sino intangibles como ser todos iguales, pensar en el grupo, ser fraternos, prodigar afectos o abrigar ilusiones. Por eso lo que mas quiero en la vida es rescatar esa sociedad de la montaña, ese experimento de comportamiento humano único que funcionó en base a los cinco conceptos mas sencillos que puedo imaginar: equipo, persistencia, afectos, inteligencia y, sobre todo, esperanzas.” (Roberto Canessa)
  • Todo estaba tan trastocado, que lo racional se cruzaba con lo imposible y a la realidad la superó la utopía.” (Roberto Canessa)
  • Dar ese paso fue gigantesco, aunque sólo tuvimos que caminar unos pocos metros para llegar a la parte trasera del fuselaje partido, porque sus cosecuencias serían irreversibles, nunca más seríamos los mismos. Un paso dificil de comprender en todas sus dimensiones. Empezando por el hecho de abrir la ropa que uno muchas veces reconocía y hacer un corte imposible en la carne congelada. Un salto al vacío. Fue una tragedia mayor que el choque del avión, porque cuando el avión se estrelló, fue una agresión externa, pero cortar los cuerpos fue nuestra iniciativa.” (Roberto Canessa)
  • Los que nos observaban desde el fuselaje compartían con nosotros esa profunda tristeza. Todos experimentamos ese momento de degradación, comerte a la muerte. Y por eso todos nos morimos un poco ese día.” (Roberto Canessa)
  • Enterrados en vida aprendimos a esperar.” (Roberto Canessa)
  • Llegamos caminando a Los Maitenes como fantasmas, y la sociedad fugaz y desorientada que no nos estaba esperando, nos recibe con voracidad porque veníamos de la muerte. Ésa era su única motivación y su gran curiosidad. Vienen a preguntarse cómo hicimos para sobrevivir, y se van con una respuesta tan simple que les sorprende: nunca perdimos el proyecto de escapar, siempre creímos con todas nuestras fuerzas que algo extraorinario era posible. Mas que anclarnos en los recuerdos, huimos hacia adelante.” (Roberto Canessa)
  • En esos días en el avión no se hablaba, las mentes se evadían y aquella alegría de todas las mañanas de experimentar que continuaba respirando languidecía hora a hora. Uno se miraba en los demás y el otro funcionaba como un espejo. Nos veíamos los ojos hundidos, la expresión abatida, y en lo más profundo del iris podía leerse el final.” (Coche Inciarte)
  • Había aprendido en esos últimos días de moribundo que la vida había que merecerla, no se recibía de regalo, y para merecerla había que entregar algo, fundamentalmente afecto, y vaya si lo habíamos entregado a los amigos vivos y muertos en todos esos días.” (Coche Inciarte)
  • En esa madrugada abrí los ojos y vi los resplandores del amanecer helado. Daniel fernández ya no estaba a mi lado, porque, como hacía todas esas mañanas, salía en la oscuridad, poco antes del alba, congelándose, cubriéndose de escarcha, para escuchar esa radio diminuta e inverosímil que nos conectaba con un mundo en el que nadie creía, a pesar de que estábamos atentos a lo que decía (...) Cierro los ojos para dejar de ver ese escenario fúnebre del fuselaje, donde tantos habían pasado de un estado al otro, pero cuando vuelvo a abrir los párpados surge Daniel Fernández en el borde del avión, con una expresión en el rostro completamente diferente a la que veíamos todos los días, al punto que parecía otra persona, los ojos le brillaban, como si hubiera rejuvenecido diez, veinte años. Daniel estaba asomado al avión, con el cuerpo más abajo, agarrado de los bordes, cuando se pone a gritar como descosido: '¡Aparecieron Nando y Roberto! ¡Llegaron!'. La puta. Boquiabiertos nos miramos entre todos.” (Coche Inciarte)
  • Luego llegó un médico para atenderme el pie, y en medio de la conversación, mientras yo no cesaba de expresarle lo deslumbrante que me resultaba ese lugar, como al descuido me preguntó, mientras me curaba, qué fue lo último que había comido, la pregunta clásica de los médicos, como si yo hubiera ido a la consulta con hora marcada, en una clínica de Montevideo. Le respondí con la mayor naturalidad: “Carne humana”. El siguió curándome el pie como si nada (...) más tarde me enteré de que después de haberme escuchado, no supo más lo que estaba haciendo, le fue imposible concentrarse, simplemente movía las manos con el desinfectante para un lado y para el otro, pero su cerebro estaba volando lejos de aquella habitación y de aquel esqueleto barbudo...” (Coche Inciarte)
  • En una libretita apunté todo lo que quería hacer si salía vivo. Le pedía a Dios que me enseñara a llenar ese hueco inmenso que se nos había abierto, un hueco metafísico que no puede llenarse con banalidades ni con conquistas materiales. Allá arriba, en la miseria más absoluta, hallé la respuesta, encontré cómo llenarlo, y anotaba lo que iba a hacer si sobrevivía, cómo iba a llenar ese hueco sin caer en las tentaciones fáciles y fútiles de la sociedad convencional. En estos años que me tocó vivir, creo que he cumplido con algunos de los deberes con los que me comprometí, lo que tengo escrito en esa libretita que guardo siempre a mi lado, porque me impide, hasta hoy, que pierda el rumbo. Es la brújula abollada que teníamos en la montaña.” (Coche Inciarte)
  • El corazón de mi novia se había enloquecido. ¿Dónde estaba aquella certeza que había tenido hasta entonces?, ¿ahora, en el momento definitivo, la ponía en duda? (...) Se le nubla la visión por las lágrimas y se ahoga por los sollozos abrazada a su madre porque se dio cuenta de que siempre había tenido razón, que yo estaba en la lista, que no había que dudar (...) No era una lista cualquiera. Era la lista de la vida y la muerte.” (Daniel Fernández)
  • Desciendo del avión y entro al aeropuerto con toda esa muchedumbre desconocida mirándome, y me enfrento al pequeño mostrador de inmigración, donde un funcionario me miraba con el mismo espanto que los demás, como si viniera de ultratumba, hasta que al fin atinó a pedirme los documentos, como debía hacer con todos los viajeros. Pero yo no tenía documentos, no tenía nada, salvo la ropa que llevaba puesta, que me la habían regalado en el hospital de San Fernando. '¿Qué me está pidiendo?' le pregunto, sin comprenderlo. 'Yo vengo de un avión que chocó en las montañas'. 'Necesito su cédula de identidad', me repitió, como con vergüenza, 'o su pasaporte', añadió con voz cohibida, y los dos nos mirábamos incrédulos, porque lo que estaba sucediendo no estaba previsto, nunca había ocurrido antes ni nunca nadie se imaginó que ocurriría: que llegara un muerto caminando, y que además viajara sin documentos.”(Daniel Fernández)
  • Y yo veía que se sumaban funcionarios buscando una salida para ese muchacho tan flaco que venía de un viaje muy largo y extraño pero que no cumplía con las formalidades porque no tenía lo que acreditaba su pertenencia a la sociedad de los vivos. Mi familia me observaba perpleja, detrás de unas puertas vidriadas, mientras yo les sonreía, sentado en un banquito. Al fin me dejaron salir, no porque estuvieran convencidos sino porque no sabían qué hacer conmigo, aunque creo en verdad que no sabían qué hacer con ellos mismos.” (Daniel Fernández)
  • El griterío era ensordecedor, porque no sólo gritaban los heridos, sino que también lo hacían los que apenas tenían un rasguño, por el susto, e incluso los que habían salido ilesos, por el pánico a lo desconocido, llamando a sus madres, porque no terminaban de despertar del desvarío.”
  • Muchos permanecían de pie, porque no había lugar donde sentarse ni donde acurrucarse. Si se sentaban, posiblemente lo harían arriba de otro, que aullaría de dolor porque estaba herido. Eran veintinueve personas conmocionadas en dieciocho metros cuadrados abollados.”
  • Es como tener tres vidas, antes de los Andes, con los vínculos y las relaciones que se daban en ese entonces; la intensa transición en la cordillera, y la posterior, que conserva un cordón sutil que la une eternamente con la historia inconclusa de la montaña.”(Adolfo Strauch)
  • Después aprendés otro elemento crucial en esta peculiar fórmula de supervivencia: administrar la energía. Aprendés a hacer un extraño balance entre la generosidad y el egoísmo. Al principio cada uno daba lo máximo y no se reservaba nada para sí, pero con el tiempo te dabas cuenta que había una línea delgada que no podías rebasar. Si atravesabas la raya te morías (...) Y aprendí la lección, que es una paradoja. En ese mundo de ternura, empecé a ser un poco más egoísta. Empecé a hacer ese balance entre dar y preservarte.” (Moncho Sabella)
  • En la sociedad civilizada no hay, en ninguna escuela, en ninguna facultad, una materia que te enseñe cómo vivir para morir bien. ¿Alguien está preparado para morirse?(Moncho Sabella)
  • ...resulta dificil asimilar cuando a uno le hablan de hazaña y heroísmo. ¿Quiénes son los héroes? Yo me pregunto, ¿qué héroes? ¿De qué me hablan? Ésta fue una historia de desgraciados, y en ese marco no había espacio para héroes ni lucimiento.” (Moncho Sabella)
  • ...en todo caso los héroes fueron los heridos que después se murieron, porque no se me ocurre un acto más loable que en lugar de lamentarse y pedir compasión, cuando sabían que no tenían oportunidades de salir, nos daban ánimo a nosotros, los que podíamos caminar.” (Moncho Sabella)
  • Muchas veces pensabas: y si se mueren todos y soy el último, ¿qué hago? Ese pensamiento me enloquecía, porque el último moriría sin afectos, desprotegido, desamparado. Si eras el último, ¿con quién te tomabas de las manos?” (Moncho Sabella)
  • Creo que pasar de la sociedad de la nieve a la civilizada requería un ingreso lento, paulatino, donde lo que iba adaptándose eran las emociones, reacomodando los recuerdos. Eso fue lo que no pude o no supe hacer.” (Álvaro Mangino)
  • Lo primero que aprendimos en la montaña es a decir la verdad: cuando nos rescataron, nos pidieron que negáramos que habíamos comido los cuerpos muertos. Nosotros éramos jovencitos y se arrimó gente prestigiosa, con mucho peso, que sus razones tendría, y nos dijo: 'Escóndanlo'. Pero ¿por qué? Si lo que había aflorado allá arriba fue el respeto a la vida, el respeto a la muerte, si lo que afloró en ese infierno fue el afecto, el único antídoto que conseguía disolver parte de ese dolor, ¿cómo íbamos a bajar a la vida y lo primero que diríamos sería una mentira?” (Gustavo Zerbino)
  • Fuimos un grupo humano singular, porque públicamente, frente a las familias de los muertos, dijimos que para sobrevivir nos comimos a nuestros amigos. Eso es tan fuerte para una sociedad que vive en el autoengaño, en la hipocresía, en lo 'politicamente correcto', que la sacudió hasta los cimientos y en todos dejó secuelas. Algunos sintieron que debían doblar el cuello, avergonzados. Pero lo más conmovedor es que, a pesar de todo, muchas de esas familias nos abrazaron, nos cobijaron, nos protegieron de los que se escandalizaban y nos deseaban el mal. Entonces algo pasó, algo se rompió. Algo permitió que se puedan compartir cosas tan fuertes, que se pueda superar el miedo, los prejuicios, contando la verdad.”(Gustavo Zerbino)
  • Si vamos a contar este suceso, hagámoslo como hombres. A mi me dolería mucho que, si esta historia perdura, no se conservaran los nombres de los que no volvieron (...) ¿Quiénes eran o quiénes fueron? Lo que más deseo es que siempre que se cuente la historia de los Andes por lo menos se puedan leer sus nombres, porque un nombre es un recuerdo, y un recuerdo es una vida que perdura para la eternidad.”(Tintín Vizintín)
  • Comencé a constatar, a un grado que jamás imaginaba, que el ser humano puede adaptarse a todo, si lo hace poco a poco, día a día, y fundamentalmente, creo yo, si nunca conoce el final.”(Pancho Delgado)
  • Cuando alguien piensa en los Andes y dice 'setenta y un días' o 'setenta y dos días', en el caso de los que fueron rescatados un día después, yo siempre agrego, 'no fueron setenta y dos días, fueron setenta y dos noches'. Porque las noches eran mucho peores que los días. Las noches eran el miedo, la oscuridad, pero eran también los recuerdos, la percepción de que la vida se desviaba y se truncaba en un estallido. El frío quemaba, el viento se te clavaba como un cuchillo, y el único calor que aliviaba es el aliento del chico que tenías a tu lado, a quien le pedías que te respire encima. Si el infierno existe no es con fuego: es con hielo y en penumbras.”(Nando Parrado)
  • Con el tiempo la montaña se convirtió en una parte de mi vida, afectó mi carácter, mi destino, y debo aceptar que será así para siempre. Y cuando lo aceptas, y dejas de lamentarte, o de intentar imaginar cómo hubiera sido tu vida sin el accidente, puedes continuar tu camino.”(Nando Parrado)
  • ...cuando me asomé a la cima de la montaña más alta, en la expedición final, y vi lo que había del otro lado, me asusté tanto que me olvidé de respirar, no podía concebir un pensamiento, no conseguía mover un músculo. Esperaba ver verde, árboles a lo lejos, humo saliendo de una chimenea, luces distantes, pero apenas veía montañas y montañas, trescientos senta grados de montañas nevadas alrededor (...) sentí que estabamos definitivamente liquidados.” (Nando Parrado)
  • Increíblemente creo que he vivido toda mi vida de acuerdo a ese momento, cuando tomé la decisión más difícil de todas las que tuve que tomar hasta hoy, cómo me iba a morir, y, fundamentalmente, con quién me iba a morir (...) Cualquier otra decisión en mi vida comparada con ésa ha sido muy fácil.” (Nando Parrado)