viernes, 15 de julio de 2011

La muerte estaba ahí

La muerte estaba ahí. Escalofriantemente cerca como para que nos viéramos y cruzáramos miradas, pero por suerte, suficientemente lejos para sentir su presencia sin alarmarme del todo. Había aparecido ya hacía dos días, y no había lugar en el que no la viera detrás de alguna puerta o entre medio de la multitud.
La verdad es que no tiene el aspecto que cualquiera esperaría encontrar al verla. No lleva capa ni capucha negra, ni tiene la guadaña en la mano. Sino que uno puede percibir su condición de una manera muy sencilla. La muerte te dice que es ella al mirarte. Puede ser un chico, una mujer o un anciano. Puede ser cualquiera. Pero te das cuenta. Te interpela de una manera de la que no hay forma de escapar. No podés hacerte el tonto.
Al principio no lo tomé como un problema. O mejor dicho, no pensé que fuese un problema. Con menos de 30 años no podría pasarme nada. Comencé a imaginar mi propio final, pero lo hacía como un juego. Imaginaba cayéndome de las escaleras, o siendo asaltado y asesinado; y hasta llegué a pensar en un probable suicidio. Pero no, eso no era para mí. En realidad todo era para dejar de pensar en la muerte. Hasta que la ficha me cayó de una vez por todas, y en ese instante, la cabeza estalló. Ahí no pude dejar de pensar en mi muerte. En la muerte real, para siempre.
Entonces la encaré. Fui decidido y le pregunté qué necesitaba. Por qué me miraba, y  cuándo sería mi fecha. Y el verdadero problema apareció en ese instante. La muerte venía a informarme que, en primera medida, no me iba a morir, sino que viviría el resto de los días de la humanidad venidera. Sería inmortal. Pero también, y lo peor viene acá, había sido seleccionado para ser su nuevo empleado. Ser uno más en el batallón de los que van en busca de futuros decesos, ser uno más de los que buscan la muerte ajena.
Y aquí estamos, yo contándote mi historia, y tú, demasiado atento.
Pasemos a lo realmente importante…

Autor: CÉSAR EDERY
Correctora de textos: PAULA DI CROCE

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