lunes, 25 de enero de 2010

La Imagen



Un día La Imagen se dio cuenta de que era partícipe de un sueño, que era la representación de alguien en un sueño. Entendió que sus recuerdos, eran en realidad los sueños de otro ser. Alguien totalmente desconocido.
A partir de ese momento, sus días cambiaron. Toda su dedicación iba a estar puesta en la búsqueda del soñador, en encontrar al dueño de su vida, en conocer al dueño de sus ojos. La primera reacción fue recordar, pero la mayoría de las imágenes eran borrosas. Cuando la imagen provenía de su mirada, las cosas eran claras; pero cuando él entraba en el cuadro, cuando se veía de cuerpo entero en el sueño mismo, su rostro era difuso. La segunda alternativa fue el espejo, pero tampoco resultó. No lograba ver nada. No es que él no estuviera en el espejo, sino que no reflejaba nada. Era como una ventana sin paisaje, como un agujero sin final, la oscuridad total.
Lo único que tenía en su mente era el presentimiento, la certeza de que, cuando encontrara al soñador, se daría cuenta al instante, algo cambiaría en su interior, una alarma sonaría en su cabeza. Entonces emprendió la búsqueda.
Recorría las calles mirando a todos, fijando su vista en los ojos de cada persona que se cruzaba; caminando ciudades, pueblos, playas, paisajes desiertos y los lugares menos pensados.
Así transcurrieron días, meses y hasta años. Su esperanza fue desapareciendo a medida que pasaba el tiempo, y su búsqueda le fue dejando lugar a su antigua vida, aquella en la que no sabía de él como Imagen, ni del otro como soñador. Volvieron a pasar años de ésta vida extraña, pero normal; ésta vida de trabajo diario, de desayuno, almuerzo y cena; y otra vez desayuno, almuerzo y cena.
Tuvo días malos en los que perdió algún trabajo, discutió con cierta efervescencia, o puteó en un grito ahogado al martillarse un dedo o cuando se le quemó la comida. También tuvo momentos excelentes, como ver amanecer en la playa, reírse a carcajadas, o el día que se enamoró...
Ése fue el punto de inflexión. Lo que tanto había buscado estaba ahí, frente a sus ojos. La mujer que besaba todas las mañanas, la que compartía sus almuerzos, con la que muchas noches había hecho el amor era la dueña de sus días. Ella era su soñadora, la persona que lo soñaba noche tras noche, que lo tenía como protagonista principal de sus sueños. Pero La Imagen nunca se dio cuenta, siempre pensó que esa extraña sensación que sentía en el estómago al besarla, y al mirarla a los ojos, era lo que todo el mundo llamaba estar enamorado.
Autor: CÉSAR EDERY
Correctora de textos: PAULA DI CROCE

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