“Dieron las
cuatro
con su nombre
en los labios”
(Bárbara
Durand)
Frente a Jazmín, resplandeciente, la Torre Eiffel. Su
mirada elevándose para tratar de observar el extremo más alto.
Dan las cuatro.
Los bracitos pegados al cuerpo. Expectante.
No puede creerlo, sencillamente. Muchos esfuerzos para estar allí, parada en el
exacto lugar que soñaba cada día.
Lo está esperando. El viene de
Suiza.
Se conocieron en la primavera del
año pasado. Desde entonces venían manteniendo largas charlas por msn. Jazmín
iba a trabajar dormida. Le costaba despedirse de Diego.
Cada noche, antes de cerrar sus
ojos se preguntaba si era posible sentir esa revolución en su interior por él,
cuando en realidad apenas lo conocía por algún que otro retrato. Pasaban largas
horas enviándose fotos de cada uno. Por supuesto ella las seleccionaba con
cuidado. A veces, cuando volvía del trabajo, se tomaba unos cuantos minutos
para determinar cuáles serían las elegidas. Temía dejar de gustarle. Temía que
se enamorara de otra mujer.
El sueño de Jazmín siempre había
sido conocer París, “la ciudad del amor”. Y desde que conoció a Diego enseguida
se le ocurrió encontrarse con el allí.
A partir de entonces, leyó
historias de gente que se enamoraba en esa bella ciudad. Y casi como una obsesión, se sumergió en un
mundo de fantasías del cual ya no pudo escapar. Pero ella estaba contenta, sólo
restaba hacerle la propuesta a Diego. Tomó coraje, segura de recibir un sí, y
enfrentó la situación.
Aquel día llegó a su casa luego de
trabajar casi sin descanso. Se conectó. Esperó que él lo hiciera. Y tímidamente,
como si Diego se encontrara junto a ella, mirándola a los ojos, le contó su
idea.
El se tomó unos minutos para
responder. Eso la inquietó. Hizo un máximo esfuerzo para no comenzar con sus pensamientos
rumiantes.
Luego de unos minutos, Diego le
contestó:
-
No conozco París.
Desde esa respuesta en adelante la
vida de Jazmín consistió en llevar a cabo los preparativos que generaba un
viaje de semejante magnitud. Estaba ansiosa. Jamás había viajado al exterior.
Llegó el día y estaba exhausta.
Era ella quien se había encargado de todo. Tal es así, que sentía la presión de
que todo saliera como lo había planeado.
Cada segundo repasaba en su mente
todo lo que había empacado. No quería olvidar nada. Llevaba casi como un
amuleto una agenda con todas las direcciones de hospedajes, regalos que debía
comprar para su familia y una pequeña listita de perfumes.
Su familia había ido a despedirla
al aeropuerto. Se sentía una niña.
El último adiós se lo dio su
madre. Mientras Jazmín subía las escaleras, al tiempo que agitaba su mano para
saludarla, vio como se secaba sutilmente los ojos con un pequeño pañuelo que
estilaba llevar en esas ocasiones.
Las horas de vuelo transitaron
lentas, hasta que por fin aterrizó.
Era de mañana y con un taxi se
dirigía al hotel que había alquilado y que quedaba a unas pocas cuadras de la
torre. A las tres de la tarde se encontraría con Diego tal como habían
acordado. La ansiedad le oprimía el estómago. Siempre le ocurría lo mismo.
Daba vueltas en el cuarto del
hotel pensando qué ponerse para deslumbrarlo, aunque al mismo tiempo tenía
ganas de un atuendo sencillo que correspondiera más a su estilo.
Fue así que optó por un trajecito
color natural que su madre le había regalado para su cumpleaños. Apenas se
maquilló. Se perfumó como lo hacía siempre que estaba contenta y salió al
encuentro.
Decidió ir caminando. Aquellas
cuadras parecían infinitas. Sus esfuerzos por mantener la mente en blanco no
eran tan poderosos como para evitar que un torbellino de imágenes diera el
presente.
Y llegó.
Hipnotizada se para frente a la
torre para contemplarla. Luego se sienta en una banquetita junto a los árboles
que la rodean y espera.
FLOPI BORRILLI
FLOPI BORRILLI
Sigue esperando.
No quiere darse por vencida, aguardará
un rato más.
Dan las cuatro.
No le sale pronunciar su nombre.
FLORENCIA BORRILLI