martes, 31 de agosto de 2010

Tortura


Los ojos cerrados, mojados de dolor. Apretados del terror. Como los dientes, que se muerden a sí mismos, estallando cada dos por tres en un grito ahogado y terrible. Los relámpagos que salen de esa mano hijadeputa, y que recorren todo el cuerpo, no dan respiro ni un minuto. Y en esos descansos intermitentes, la cabeza estalla de solo pensar.
Por un lado, lo más horrible: esperar el próximo pinchazo eléctrico que quema por dentro; querer que los segundos sean eternos, sabiendo que cada vez falta menos para el nuevo relámpago. Por otro lado, la Revolución. La utopía socialista hecha pedazos en estas cuevas del terror, en estos pozos del dolor y represión; en donde no querés decir nada, pero necesitás contarlo todo para que termine de una vez. La imagen de los compañeros da vueltas sin parar, se ven perfectamente sus caras, recordás sus nombres; pero el esfuerzo por no delatarlos es aún más grande que el sacrificio al aguantar las agujas eléctricas. De repente, se genera un blanco. En un momento dejás de recordar, dejás de pensar, dejás de estar consciente unos instantes.
El balbuceo en forma de excusas no los conforma; y después de las puteadas, sentís el baldazo de agua fría. Y sabés que se viene lo peor. Ahora la picana lastima aún más. Te hace saltar del elástico metálico ante cada pinchazo, y pareciera durar una eternidad. Después, entre miles de preguntas, la luz cegadora del reflector, da la sensación de invitarte a entrar en ese espacio blanco y puro. Pero un nuevo relámpago te sacude, y tus gritos no logran ni hacerles cosquillas a esa radio que, a todo volumen, relata un gol argentino.
Las tardes en las villas y las noches de debate, son recuerdos demasiado frescos para no contarlos, y por ahora, el orgullo puede más. Pero el cuerpo no tanto; y entonces, mente y cuerpo empiezan a traicionarse. La picana te sigue acariciando, te sigue haciendo daño, mientras tu cabeza no da más y tu lengua desliza algo, suelta algunas palabras. El aire se corta, el murmullo se apaga. Sentís que la sombra se acerca demasiado. Tan cerca, que te susurra al oído lo que querés escuchar, lo que sabías que ibas a escuchar. Después; la recarga, el fogonazo y la bala. Y ahora sí, entrás en ese espacio blanco y puro, ya sin dolor.
CÉSAR EDERY

No hay comentarios.:

Publicar un comentario